Se encontraban a tan solo un paso de saltar al vacío, a tal altura que nubes de tormentas se arremolinaban en lo profundo de la pétrea sima de Monte Cith, la Montaña del Olvido. Donde el cruel e impetuoso Absur haría lo necesario para cimentar su naciente imperio.
—Piénsatelo, piénsatelo, —rogaba Filosofía.
Pero las grises nubes sobre sus cabezas, parecían vaticinar lo que la oscuridad en la mente de Absur iba a ocasionar. Absur no lo pensaría, nunca se daba tiempo para ello y tampoco lo haría entonces; dio un paso y la empujó.
No se trataba de un asesinato más, Filosofía era el último pilar de la resistencia que quedaba en pie y se supone, su muerte debía ser una de esas que los juglares cantasen por generaciones para aprovechar el símbolo de un mártir. Sin embargo, no fue así... nadie dio la noticia.
Antes de Asesinar a Filosofía, Mataron a Dios.
Absur y sus aliados ya habían causado muchas muertes:
Empezaron su escalada cuando Dios vivía aún, cuando humanidad reconocía a su legítimo rey. Por aquel entonces Absur robó Duda, el orbe divino que mantenía con vida a Razón, el escudero de Dios. Con Duda fuera de su alcance, Razón fue perdiendo la batalla contra el virus que contenía dentro de su cuerpo, lo contuvo hasta el último de los suspiros, mas en la última exhalación el virus Ignor fue liberado.
Ni hablar de los estragos que desencadenó Ignor en la humanidad. Su principal síntoma distorsionaba la realidad, la invertía; así lo bueno pudo ser malo y lo malo pudo ser bueno ante sus ojos: Los humanos podían saberse vacuos e ignorar el conocimiento que subsanaría la laguna de sus almas aun teniéndolo en frente.
Pese a todo, con la ayuda de Filosofía, cada individuo humano aún podía conocer a Dios, ya no completamente, pero sí al menos una parte. Fue él mismo quien una mañana declamó, con la parsimonia que le caracterizaba, lo siguiente:
—Hagan de la congregación el medio para compartir aquello que seáis capaces de ver gracias a Filosofía, en virtud de que solo entre todos… de la mano de ella, podréis conocer mi regalo. No existe un único medio ni una única verdad para llegar a mí. No obstante, existe un único reto; consiste en alcanzaros unos a otros.
Entre tanto los aliados de Absur ya adelantaban el siguiente golpe, eran los hermanos Ego: Egocén, Egolat y Egoís, quienes a menudo se inmiscuían en los asuntos de Filosofía.
Egocén pregonaba que él era esencial para que los humanos pudieran comprender a Dios. «Es imposible que sin mí pueda alguien conocer al divino», decía airoso al tiempo que con el índice señalaba su propia sien.
Egolat creía que no haría falta conocerle, que ya era él la viva imagen de Dios. «Yo no veo razón alguna en desperdiciar tiempo buscándole, solo tienen que verme a mí y se harán a la idea de cómo es Él», comentaba Egolat con total convencimiento.
El mayor de ellos, Egoís, decía estar de acuerdo con sus hermanos y además pensaba que la solución era matarle. Levantándose de su asiento en la mesa y mostrando las palmas con los brazos extendidos, sentenció:
—Lo mejor es matarle—, expresaba con despotismo y frialdad— la humanidad no merece conocer a Dios porque todo el que se junte a ellos puede ser contagiado por la Peste Ignor. Sabemos que los humanos la portan tal como el perro suele portar la sarna. No podemos permitir que la peste llegue a Monte Cith.
Los Hermanos Ego eran famosos por su forja, se especializaban en crear todo lo que pudiera generar limitaciones y causar daño, como la renombrada alabarda de dos puntas a la que llamaron Envidia, o la fusta de empuñadura espinosa conocida como Rencor. Por eso eran útiles para Dios, porque en un principio la intención del divino era que los humanos estuvieran limitados en su vivir antes de poder pasar a ser ilimitados en su existir.
Sin embargo, esta vez harían algo diferente, algo de lo que nadie sospecharía, tanto así que no hizo falta avivar la llama de la forja. Lo que crearon fue un veneno de igual sabor a la bebida favorita de Dios, la cual era el Arte; bebida hecha por los humanos. Orgullosos los hermanos, bautizaron en secreto el mortífero veneno llamándolo Relig.
Tras beber el primer sorbo, Dios obtuvo la condena que los Hermanos Ego dictaminaron: Fue una muerte lenta acompañada por el dolor de mil fiebres, pero todavía era incomparable por el dolor de haber sido traicionado, el Divino murió pensando que el arte había sido envenenado por los humanos.
A partir de allí fueron los Egos quienes se atribuyeron la herencia de Dios: El conocimiento. Los Egos hablaron, decían que su voz era la de Dios y los humanos convencidos plasmaron sus palabras en textos… No era su culpa, no olvidemos que a la humanidad sufre por la Peste Ignor; estaban siendo usados, están siéndolo ahora y todavía no se enteran.
Por quien no doblan las campanas
Es común que toda muerte sea anunciada, en mayor o menor alcance. Cuando murió Dios, Filosofía pidió a un joven llamado Friedrich que corriera la voz, y vaya riesgo asumió ese muchacho después de doblar las campanas en honor al Altísimo.
Ahora que ha muerto Filosofía ha dejado a la humanidad necesitada de que algo más piense por ella. Sea un sistema, sea una moda, sea cualquier cosa excepto su propio criterio.
Hoy gobierna Absur con mentiras, tetras y engaños. Es Absur quien nos gobierna, y al menos deberíamos reconocer y nombrar a estos tiempos como corresponde: La Era del Absur-dismo.