JARABE DE LETRAS
Por J. Rodríguez
La Leyenda del Duende de Bejuma
Bejuma es un pequeño poblado al occidente del estado Carabobo en Venezuela, es una localidad que se caracteriza por su abundante vegetación y clima agradable. Durante los años setenta fue catalogada como la ciudad ecológica de Venezuela y por muchos años se acuño en su honor el nombre de Jardín de Carabobo. Su fundación data de poco más de 160 años lo que la convierte en una ciudad relativamente joven. La historia que les relataré ocurrió en una de las localidades de esta población, a principios de ellos años 90. Desde siempre Bejuma ha estado plagada de historias de apariciones de fantasmas y seres elementales como duendes y hadas.
Estando con varios de mis amigos de la adolescencia en mi casa escuchando música, recibí la visita inesperada de Ángel, que era un compañero con el que hacíamos teatro. Nos invitó a acompañarlo hacia un lugar para mostrarnos algo que nos sorprendería. Le preguntamos de qué se trataba, pero no quiso decirlo. Así, que le dijimos que estábamos muy cómodos allí escuchando música, que no estábamos interesados. Nos dijo que si no íbamos nos arrepentiríamos luego. Insistió tanto que accedimos solo con la condición de que no quedara lejos el sitio, así podríamos retornar rápido y seguir oyendo música.
Recuerdo que cuando me asomé a la boca del silo, efectivamente me sorprendí al ver...
En realidad, el sitio estaba muy cerca, a unos 10 minutos cruzando la autopista Panamericana. Teníamos que pasar un alambrado que delimitaba el lindero de una propiedad que, a simple vista, parecía abandonada y luego atravesar una zona en la que la maleza prácticamente nos tapaba y en algunos casos duplicaba nuestro tamaño. Al salir de la maleza llegamos a un claro, allí había un silo, de esos que se usaban para almacenar granos. La estructura estaba compuesta por una torre de unos 20 metros de altura, una escalera y en el tope un tanque de almacenaje sobre una plataforma. Entusiasmados comenzamos varios a subir rápidamente, sin ningún tipo de precaución. Al llegar a la plataforma había otra escalera que llegaba hasta la boca del tanque. Desde esa altura era impresionante contemplar el ocaso, eran más de las seis de la tarde. Recuerdo que cuando me asomé a la boca del silo, efectivamente me sorprendí al ver unas crías de búho que todavía no tenían edad para alzar el vuelo. No había pasado mi asombro cuando escuche los gritos de Jeff, que por alguna razón se había quedado atrás y no llegó hasta donde estábamos nosotros. Bajamos tan rápido como pudimos y corrimos hasta el lugar de los gritos. Jeff ni siquiera había llegado a pasar el alambrado, estaba allí tirado a un lado, en la tierra. Cuando lo abordamos nos dijo que se quedó atrás porque quería cambiarse los zapatos para no ensuciarlos, traía unas botas metidas en su bolso. Cuando se quitó los zapatos vio un pequeño remolino que se formó en la distancia producto del polvo y del viento, no es raro que allí se formen pequeños remolinos (no en esa época). De pronto el remolino se aproximo hacia él y se paro justo enfrente, en ese momento pudo notar lo que parecía ser un duende a un pequeño hombre dentro del remolino. Tenía los ojos redondos, barba y larga cabellera de color rojizo. Al parecer los brazos eran ligeramente largos, es decir, desproporcionados comparados con el cuerpo de un hombre normal. No sabía cuánto tiempo se quedó mirándolo, había perdido la noción y cuando se dio cuenta comenzó a llamarnos a gritos. Luego de esto, Jeff pasó varias semanas asustado porque estaba obsesionado con lo que decía haber visto. Literalmente sentía la necesidad de ir al sitio solo, aun de noche. Le aconsejé que dejara de pensar en el asunto. Luego, todo fue retornando a la normalidad.
“¿De dónde sacaste la historia del duende?”
Con el tiempo conté esa historia muchas veces. En una oportunidad un amigo se fue a estudiar a los Andes venezolanos, a una escuela de teatro que quedaba en la cima de una montaña en Bailadores, estado Mérida. Al culminar el primer año, luego de un viaje de doce horas en autobús, llegó directamente a mi casa. “¿De dónde sacaste la historia del duende?”, me dijo. “Nos pasó a nosotros”, le respondí. “¿Es posible que la hayan leído en algún lado?”, insistió. Le dije que no, y hay que tener claro que yo era el único de mi grupo que estaba interesado por la lectura.
Entonces, me dijo que, en la biblioteca pública de Mérida, había encontrado un libro llamado “Mitos y Leyendas de Venezuela” y que dentro de ese libro había un relato que se llamaba “La leyenda del duende de Bejuma”. Dice que la leyenda data de la fundación del pueblo y que se cuenta que la gente se perdía embrujados por ese pequeño ser. Su aparición se asociaba a las proximidades de la semana santa y había muchas historias de personas desaparecidas que se marchaban tratando de encontrarlo y ya nunca regresaban a casa. También se decía que el que lograra atraparlo encontraría la felicidad. Pero, el detalle que más le impresionó era que el duende se aparecía dentro de un remolino.