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Los esclavos del primer mundo

Los esclavos del primer mundo

Un hombre reflexiona sobre su vida. Como muchos otros es un romántico, pero el destino le reserva una sorpresa.

📣 Opinión 25/02/2022
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pressdek
@pressdek

 ¿Qué puede hacer un hombre con su tiempo? eso mismo me pregunté una tarde en que había salido del trabajo y me encontré esperando a cruzar un semáforo. Parece mentira como unos pocos minutos pueden hacernos darnos cuenta de la importancia metafísica del recorrido humano. No somos nada en el universo, apenas una gota en el océano de seres creados por un ser superior y nos creemos importantes. Nuestra intrínseca soberbia nos hace volar como ángeles de alas blancas y refulgentes durante la loca  juventud. !Que absurdos somos los humanos! Hijos de los dioses olvidados vamos caminando por nuestra existencia plagada de pesadillas y monstruos sin ojos que devoran nuestras ilusiones y sueños infantiles. Pero regresemos a  aquel día de clara memoria en que estaba yo bajo la lluvia soportando el peso de mi fatigosa vida y mirando la calle donde los coches como locos corrían sus carreras de zánganos de metal. Reflexioné como un poseso sobre lo que me había llevado hasta esa disyuntiva; no quería seguir perdiendo el tiempo en un trabajo de oficinista mal pagado y menos agradecido donde mi jefe parecía ser el amo del universo y los demás sus esclavos. Hasta ese momento no me había dado cuenta del tiempo perdido, tenía pasada más de media vida y no me llevaba a ningún puerto seguro. No estaba contento de nada, me daba la sensación de estar galopando por una estepa solitaria perseguido por una jauría de perros rabiosos y en un alazán que no controlaba. Sin duda debía estar febril, enloqueciendo lentamente. Ni siquiera era capaz de hacerle el amor a mi mujer como antes. Ella se quejaba de que ya no le hacía caso. Era cierto, hacía años que nuestras mentes y también nuestros cuerpos nos eran extraños y nos mirábamos a menudo como dos desconocidos tras la mesa del comedor. Todo eran apariencias, mentiras que nos contábamos el uno al otro para consolarnos de nuestra mutua desesperanza. No habíamos tenido hijos. Y ya no era hora de tenerlos, sospecho que esto nos había alejado definitivamente.

El semáforo se puso verde y yo caminé tranquilamente, ya sabía o que iba a  hacer. Dejaría el empleo que me estaba chupando como un parásito y me dedicaría  amar a mi esposa. Intentaría recuperar los años que habían volado como mariposas  desde nuestra juventud y trataría de darle la felicidad perdida. Ahora que me acercaba a mi casa podía verla con la imaginación, una mujer de mediana edad, aún guapa, y que necesitaba toda la ternura y amor que yo no había sabido darle.

 Me decidí a llamar a la puerta como un desconocido. Y al llegar ante el rellano, oí unas risas que hacía  tiempo no sonaban entre aquellas paredes. Mi mujer estaba con otro. Pensé que era demasiado tarde, pero aun así mi tozudez y un cierto derecho marital que me asistía, me hizo volver a llamar. Ella abrió la puerta y al verme torció el gesto, su desolación fue tal que lo comprendí todo. Era su amante el que estaba allí, el que me había ganado y robado mi tesoro. Me disculpé como un  tonto y me me marché. Oí detrás mío como me llamaban, pero no me importó ya era tarde me decía una y otra vez. El sueño estaba roto. La lluvia seguía cayendo furiosa sobre mi. Y yo seguía diciéndome como un autómata: ya es demasiado tarde.

 

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