Aquella mañana deseé no haber conocido a Carachata. Mamá fue a la habitación donde escuchaba una pelea de campeonato mundial de boxeo entre Alfredo Marcano e Hiroshi Kobayashi. No importó que fuesen las seis de la mañana. Tuve que ir a buscar a Carachata. Mamá quería asegurarse de que fuese a pintar el frente de la casa como lo habían acordado el día anterior. Empecé a vestirme con la mirada tan enterrada en el piso que mis hermanos prometieron que me contarían paso por paso el desarrollo de la pelea.
Estuve indagando desde mitad de la calle Mohedano hasta el sector La Represa por Carachata, hasta que me indicaron una puerta amarillo mostaza encajada en una pared de bahareque. Toqué varias veces. Luego de cinco minutos, la puerta se entreabrió y me asomé. Había una mezcla de olores entre café, huevos fritos y yerbabuena. Las puertas de la sala y la cocina estaban abiertas. Al fondo se veía un patio mitad encementado, mitad de tierra. Allí estaba el hombre, los pantalones de caqui remangados hasta las rodillas, la camisa de algodón crudo blanca abotonada hasta el cuello, las alpargatas sin ajustar.
Cuando distinguí los dos listones de madera extendidos sobre el cemento, entreabrí la puerta y avancé en punta de pie hasta esconderme detrás del tinajero. Un loro de plumas verdes y anaranjadas empezó a gritar “Peligro Will Robinson…Peligro Will Robinson”. Carachata respondió desde el patio, “Deja la pendejada Lorenzo, cuando de verdad tienes que dar esa señal no dices nada”.
Poco a poco regresé a la cocina, esta vez detrás del fogón. Carachata se movía como un karateca entre los listones, saltaba y se agachaba. Sacaba un pliego de lija del bolsillo trasero del pantalón y lo aplicaba sobre los listones. A cada momento levantaba la mirada como sospechando que alguien lo vigilaba. Yo me agachaba lo más que podía detrás del fogón. Entonces lo vi sacar un envase como de mentol chino y empezó a untarse en los dedos de los pies, más que todo en los pulgares de los pies, y a medida que avanzaba entre los listones ponía los dedos en lugares específicos de la madera.
El tipo parecía un atleta en sus ejercicios previos a una carrera de ochocientos metros planos, saltaba, levantaba los brazos sobre la cabeza, hacia flexiones, lagartijas, sentadillas y hasta ejecutó varias vueltas sobre su cuerpo. Entonces se cuadraba como boxeador y hacía varios movimientos de cintura, esquivando a un rival imaginario, y se daba palmadas en los hombros. A cada trino de los pájaros silvestres, él respondía con su silbido característico de varias tonalidades.
Cuando pensaba que había terminado el ritual, Carachata tomó los dos listones y los apoyó en las ramas de un bucare. En un santiamén revisó las muescas desperdigadas a lo largo de los listones y trepó por ellas como un trueno. Cuando quise esconderme detrás del tinajero, la voz grave de Carachata galvanizó en el aire.
___¡Epa carajito! ¿Qué haces aquí?
Me quedé paralizado, no sabía si lo que tenía en el pecho era una piedra rebotando o un pez saltando de un anzuelo. Por más que intentaba no me salía ni un hilillo de voz.
___To…toqué la pu..puerta pe..pero no salió nadie y como estaba abierta me asomé.
___Muy mal hecho muchachito. Usted debió anunciarse con los buenos días y preguntar si había alguien en la casa. ¿O es que en su casa no le enseñan buenos modales?
Bajé la cabeza y empecé a caminar hacia la puerta.
La voz disminuyó el tono cortante.
___Tranquilo muchachito…tampoco es para que te vayas ¡Si estás aquí es por algo! Dime que se te ofrece.
Cuando le dije el recado de mamá, Carachata casi se lanza desde los zancos. Las arrugas de su rostro tomaron matices pálidos y del bolsillo delantero del pantalón precipitó una botella pequeña. Un líquido entre amarillo y verdoso se agitaba en la cuadratura del vidrio. Ante la estrechez de mis ojos, me dijo que eso era lo que tomaba cuando se montaba en los zancos. Para nada era alcohol. No podía emborracharse sobre los zancos, ya se había dado suficientes golpes aprendiendo a caminar con ellos, pero tenía que tomar algo para controlar los nervios.
___Esto es una mezcla de lima, limón francés, naranja cajera, ají del más picante y una cucharada de pimienta negra. Si, no tiene alcohol, pero me regaña más la garganta que el lavagallo más atrincao.
El loro aleteó en la jaula. “Palito…palito…palito”.
___Ahí si eres un fenómeno. Pero cuando tienes que decirme quien entró en la casa te quedas callado ¡Loro vagabundo!
Carachata roció un chorro de la bebida en el recipiente del loro. “Me regañó…me regañó… Carachata”.
___Yo no…sería el ají picante
Al regresar a casa, mis hermanos me contaron que me había perdido de una tremenda pelea de Alfredo Marcano. Que había ganado cuando lo daban por perdido. Me entristecí un poco, pero después acompañé a Carachata a sacar la escalera. Todavía me quedaba en la garganta un resto del regaño de la mezcla de limones y ají picante.
Cada vez que mamá iba a revisar el trabajo de Carachata y me dirigía a ella, Carachata carraspeaba, yo le decía con la mirada, “tranquilo si prometí que no iba a decir que me diste a probar tu bebida es porque no lo haré”.
Alfonso L. Tusa C. © 30 de junio de 2018.