Hoy hablaré de la otra Iglesia, no la aquella que hoy nos da asco. No hablaré de esa que hoy la gente inexorablemente se aleja; esa institución que Ricardo Ezzati y Francisco Javier Errázuriz se encargaron de destruir, no diré nada. Hablaré de los que arriesgaron sus vidas, aquellos verdaderos escudos humanos de los perseguidos por Pinochet, de los curas que hoy pocos hablan y que merecen un reconocimiento.
En los peores tiempos de Pinochet, muchos curas abandonaron sus casas y sus templos para vivir con la gente, ellos no abandonaron al pueblo. Sabían lo que ocurría en aquel Chile que fue víctima de la más cobarde tiranía. De lo que los medios de comunicación callaban, los baleos, los muertos y los allanamientos que a diario se podían ver en comunas y poblaciones.
De la verdadera Iglesia Católica, de esa época en la que muchos sacerdotes arriesgaron sus vidas por salvar otras. Aquellos que jugaron un papel clave a favor de los indefensos, los que lucharon por la dignidad, la vida y los derechos humanos, especialmente hacia los más pobres, excluidos y perseguidos.
Sacerdotes al servicio de los más pobres de Chile
José Aldunate
La opción por los pobres y la defensa de las personas perseguidas fue su consigna. Teólogo, intelectual, obrero, educador y activista, el sacerdote jesuita José Aldunate (Santiago, 1917) ha consagrado su vida a la defensa de los sectores populares y de los/las oprimidos/as. Colaboró con Alberto Hurtado en la Acción Sindical Chilena y, en la década del 70, como parte del trabajo de una comunidad cristiana de base, formó el Equipo Misión Obrera (EMO). Durante la Dictadura, este grupo se dedicó a la defensa de perseguidos del régimen y a promover la recuperación de las libertades cívicas.
En este campo desplegó –junto a otros religiosos, religiosas y laicos– una amplia y comprometida labor de protección y denuncia, tanto en la práctica que va, desde el asilo de personas en la Nunciatura hasta las manifestaciones callejeras en los años 80, pasando por el permanente apoyo a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, como a través de sus escritos en las publicaciones clandestinas “No podemos callar” (que circuló desde 1975) y “Policarpo” (que la sucede hasta 1995), así como en la revista “Mensaje”.
Es conocido y respetado por su protagonismo y rol fundacional en el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo. Tuvo un relevante papel en la denuncia del centro de torturas y exterminio Villa Grimaldi y en su posterior recuperación como sitio de memoria. El padre José Aldunate, sin duda es uno de los nombres que resuena en temas de derechos humanos, y quien hoy en día vive un período difícil de salud, tras sufrir un infarto cerebral y que lo mantiene en estado delicado.
Tras la muerte Aldunate, sigue siendo un ícono en la defensa de los más desvalidos y también en los temas “tabúes” que envuelven a nuestro país, como el aborto y los homosexuales. Hasta un poco antes de que decidiera convertirse en cura obrero y un fiel defensor de los derechos humanos, Aldunate, iba por el camino que lo conducía directo a las altas esferas eclesiásticas.
Mariano Puga
Un cura obrero en medio de las balaceras de los esbirros de Pinochet. Mariano Puga fue padre espiritual del seminario cuando fue activo opositor a la dictadura militar. Representaba a esa iglesia más comprometida con el pueblo, con los pobres.
Su incansable tarea evangelizadora, especialmente entre los más desposeídos y olvidados, lo hizo acreedor del apelativo del “Guerrillero de la Fe“. El nuevo rebaño de este peculiar pastor que para replicar las enseñanzas de Cristo no tuvo miedo de vivir la pobreza, de convertirse en un obrero y de confrontar al mismísimo Pinochet para enrostrarle el sufrimiento que padecieron millones de chilenos durante diecisiete años de Terrorismo de Estado.
Ubicar al padre Mariano Puga no es tarea sencilla. El famoso cura obrero, ex párroco de La Legua, el creador de la Capilla Universitaria y uno de los principales referentes de la lucha por los Derechos Humanos durante la dictadura de Pinochet, es ahora un chilote más. Incansable, recorre los rincones más apartados del archipiélago. Con una Biblia en la mano y un acordeón en la espalda. Este hombre alto, de pelo canoso y voz profunda aparece y desaparece de las islas a las que lleva un mensaje evangelizador audaz y rompedor.
Con la muerte de Mariano Puga Concha, continúa su peregrinar con su legado centrando su mensaje en el aspecto pastoral. “La iglesia se ha preocupado mucho de sacramentar, es decir, de realizar bautizos, primeras comuniones, matrimonios por la iglesia, confirmaciones, pero no ha presentado, como centro del mensaje, a Jesús y su proyecto. La pregunta no debe centrarse en torno a cuánta gente comulga en misa, sino más bien a cuántos discípulos de Jesús existen, cuántos, como diría el padre Hurtado “chiflados”, por el mensaje de Cristo tenemos entre nosotros”. Por eso, cada vez que puede, el cura Puga toma el acordeón, se pone a cantar, pide a sus fieles leer la Biblia y continúa su revolución.
Proveniente de una familia conservadora y de la elite social y económica, encajaba perfecto. Su madre procedía de una familia inglesa. Fue criado por institutrices traídas desde Inglaterra, y poco después su familia se instaló en Londres, donde cursó sus estudios primarios y secundarios, y luego ungido como sacerdote, en Italia y Bélgica, obtiene un doctorado en Teología Moral, especialización que le abre las puertas para impartir una cátedra de Teología en la Universidad Católica.
Teniendo todos los requisitos, decidió tomar una vía distinta, vinculándose con el padre Alberto Hurtado. Junto a él conoce el mundo de los trabajadores y sus organizaciones, los pobladores y su lucha cotidiana por la sobrevivencia.
Pierre Dubois
El mítico sacerdote francés, Pierre Dubois llegó a Chile en 1963 para participar en el Movimiento Obrero de Acción Católica y en la Juventud Obrera Católica. Durante los ataques de fuerzas especiales contra los pobladores, Dubois hacía de escudo humano, abriendo los brazos en cruz, en medio de balas y bombas lacrimógenas y expulsando a gritos a los efectivos policiales.
Muchas veces fue detenido y golpeado durante los operativos. En 1986, luego del atentado contra Pinochet, fue expulsado de Chile, regresando en 1990 pero con la orden de no residir en La Victoria. En 2001 recibió la nacionalidad por gracia y en 2010 volvió a vivir en su querida población, en donde falleció en septiembre de 2012.
Antonio Llidó
El español Antonio Llidó llegó a vivir a Quillota en 1969. A mediados de 1971, ingresó al Movimiento Izquierda Revolucionaria MIR, razón que motivó al obispo de ese entonces a prohibirle el ejercicio de su ministerio, tras negarse a regresar a España como castigo por su militancia política.
Tras el golpe de Estado fue detenido y llevado a los centros José Domingo Cañas y Cuatro Álamos, donde recibió torturas de carácter sado-sexual ante su condición de sacerdote. Sus compañeros de prisión coinciden que hasta en las peores condiciones físicas siempre mantuvo palabras de ánimo y contención, cantando y ofreciendo misas para los presos. Hasta el día de hoy permanece como detenido desaparecido.
Raúl Silva Henríquez
Luego de titularse de abogado en la Universidad Católica, ingresó la congregación salesiana de Macul para ser sacerdote. En 1959, don Raúl Silva Henríquez es nombrado Obispo de Valparaíso, tres años más tarde se convirtió en Arzobispo de Santiago y en 1962 fue nombrado Cardenal.
En su apostolado, repartió cinco fundos y 128 hectáreas de la Iglesia Católica a 244 familias campesinas, dando pie a la reforma agraria. Fue mediador en las protestas universitarias de 1967 y trató de evitar el golpe de Estado contra Allende en 1973.
Durante la dictadura ejerció un importante trabajo en derechos humanos, creando la Vicaría de la Solidaridad, la Vicaría de la Pastoral Obrera y defendiendo a los religiosos perseguidos por la represión. El Cardenal del pueblo murió en 1999 a los 91 años.
Alfonso Baeza
El padre Alfonso Baeza falleció en el 2013. Era ingeniero civil de la Universidad Católica y sacerdote desde 1960. Participó en el Movimiento Obrero de Acción Católica y trabajó el Comité Pro Paz, en la Vicaría de la Solidaridad y en la Vicaría de la Pastoral Obrera.
Se fue a vivir a la población José María Caro, rechazó la posibilidad de ser Obispo para poder seguir trabajando con el mundo obrero.
Fue uno de los más comprometidos religiosos en la lucha contra la dictadura y su perpetuación; incluso en 2009, viajó a Brasil para visitar a Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro, a quien le regaló el nuevo testamento.
No los puedo dejar de nombrar sacerdotes y a otros tantos más que me faltan, me disculpan.
- Miguel Woodward
- Roberto Bolton
- Pablo Fontaine
- Daniel Caouette
- Jaime Lancelot
- Rafael Maroto
- Jorge Orellana
- Enrique Alvear
- Manuel Larraín
- Esteban Gumucio
- Gerardo Pobete
- Helmut Frenz
- Ronaldo Muñoz
- Carlos Puente
- Luis García Huidobro
- Lorenzo Maire
- Carlos González
- Rodrigo García
- André Jarlan
- Blanca Rengifo
- Juan Alsina
Gracias por todo lo que hicieron; gracias por darnos las esperanzas de que había que seguir luchando siempre, incluso cuando las cosas estaban peor; gracias por querer tanto a Chile y a su gente. Gracias por soportar el desprecio de la hienas cómplices de aquella dictadura que intentó vilipendiarlos y agredirlos.
El legado que han dejado, no podrán borrarlo un puñado de curas que hablan de un Cristo que obviamente no conocen, de los que esconden en sus sotanas la maldad, la ignominia y miseria humana que hicieron y hacen tanto daño a Chile.
Que las nuevas generaciones los conozcan; son los curas que muy pocos recuerdan, los que la otra iglesia intenta apartar. Ellos, son los que hay que homenajear: los que con su silenciosa epopeya, los convierte en los verdaderos curas del pueblo.