A Jaime y a tantos otros que pintaron con asfaltiti. A mi hermano el Melendi, a todos los reclutados bajo la ley 75 de la República de Cuba.
El punto más recóndito era sin dudas Posta 3. Quedaba tan lejos que empleabas las tres horas que duraba la guardia para llegar y regresar de la unidad. Eso, unido a la existencia de un único jeep, la falta de combustible y la desidia de mi sargento, componía un cuadro que pintaba feo y por tanto sabías, que si te llevaban en la mañana, no te recogían hasta la noche. La Posta 3 era un lugar situado fuera de la mano de Dios o como uno suele decir: en el mismísimo culo del perro.
Sobrevivir en Posta 3
A veces pienso en cómo carajos hice para sobrevivir a 18 meses de servicio militar “activo y obligatorio”; comiendo arroz con lentejas y huevo cocido más mermelada de mango mezclados en la misma cantimplora y con la cuchara sin lavar, fumando criollos, ojo, cuando había criollos, y marchando con las botas Coloso y la ropa verde aquella con la peste insoportable de tantos sudores resecados al sol, haciendo guardias y quedándome dormido tras las puertas, pintando un ranchón con asfaltiti de contrabando, sin brocha y con escobas, para que me dieran 3 días de pase, aguantando soquetes y preguntándome si alguien a altas horas de la madrugada pensaba en mí. A veces pensar resulta ser un ejercicio peligroso, pero cuando el hombre está solo, pensar en su sino les casi igual que a respirar cuando se asfixia.
A nadie le gustaba ir y a principio yo fui un escéptico más, pero ya lo dijo Marx: es el hombre y su relación con el medio…seguro Marx hizo muchas guardias en un lugar así. Sin embargo, aquella tierra de nadie llegaría a ser refugio y lugar sagrado, el Nirvana de mi interminable estancia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)
Quiero ser niño otra vez, un Ak sin balas y miles de hectáreas de nada alrededor
Cuando te ves abandonado en medio del marabús, rodeado de hectáreas de nada con nada alrededor, la imaginación se despierta y tu creatividad se deja tocar. Te vuelves el niño que hace mucho dejaste de ser.
Precisamente como niño andaba yo esos lares , descalzo y semiencuero, bañándome en los aguaceros, trepando matas de mango e inventándome las armas más inverosímiles del mundo con tal de matar el aburrimiento y de paso no morirme si me sorprendían, pues en la unidad solo me daban un AKM sin balas y con bayoneta.
Ese fue también el lugar que aproveche para leer cuanto libro pude, cultivar mi alma e incluso donde logré tener un librero improvisado con una caja para obuses y una lona que hacía la función de cobertor.
Un acto de Fe
Hubo quien pensara que estaba loco, pero poco me importaba ya, era mencionar el lugar y ya estaba recogiendo para irme. Dentro del pantalón unos libros para el estante, una lata de leche condensada, una linterna y desde que me dejaban en el trillo ya me comenzaba a encuerar y a cantar. Quizás esa felicidad pírrica me mantuvo a flote y si me preguntas aún hoy no sé cómo pude adaptarme estando rodeado de tanta mierda, supongo que sea parte de la idiosincrasia bendita del cubano y su espíritu resistente forjado en la mayor de las miserias; la humana, o tal vez sea aquello de que estamos tan acostumbrados a la precariedad que hacemos de todo una fiesta y todas aquellas pajas mentales que nos hacemos diariamente. El hombre necesita tener fe.
Siempre pensando que unos años atrás, realmente no hace tantos, a la gente se las llevaban para Angola sin previo aviso. Te despedías de tu madre, de tu novia y de tu perro y zass, en África, sí, en la de los leones y los safaris, en una guerra extraña. De la que virabas sin brazos ni piernas, o loco como mi tío quien nunca más ha vuelto a ser persona después que le reventaran a su compañero de un bombazo, regresar a casa con el alma rota pero con par de medallas en el pecho. Entonces, servir en Cuba no estaba tan mal.
Demasiadas cosas suceden en las FAR
Con los años he aprendido que no se debe juzgar a los hechos desde la distancia, pues con el paso del tiempo todo se simplifica, se hace más llevadero y uno tiende a olvidar. Pues que te saquen de tu casa, la de tus padres, a los 18 años, te rapen la cabeza como a un preso, como a mi hermano el Melendi que le cortaron los pelos y le quitaron la patineta, te despojen de todos tus derechos, escasos pero presentes en la Constitución (Ley 75 de la República de Cuba, Ley de Defensa Nacional), te digan que a partir de ese momento y durante toda tu estancia en el ejército no te perteneces a ti, ni a tus padres, ni siquiera eres humano; eres un soldado, un niño soldado y los soldados obedecen a sus superiores. Dormir bajo la tierra, en túneles creados a semejanza de los Vietcong. Mientras las baterías disparan artillería toda la noche. Escuchar a tus compañeros llorar en los barracones, saber una vez más que alguien por accidente se disparó en una pierna o le explotó una granada. Conocer hombres que son capaces de cualquier cosa, que detentan el poder y pueden mandarte a marchar por horas, a limpiar letrianas sin agua, a sacudir el polvo de las esteras de un T32 soviético con una plumilla, pasar hambre y fumarte los días contando las horas. Muchas cosas, quizás demasiadas para contar.
Al final siempre hay un pero...
Pero.
¿Cómo olvidarme de aquello? ¿Cómo no pasar por aquella carretera y no sonreír o llorar al pensar que alguien más hace la guardia semiencuero y leyendo? ¿Cómo negar que quizás fui feliz en Posta 3?
Mario pero no Hernández.
Escrito en algún momento del verano del 2019.