Habitualmente, nos preguntamos por qué personas buenas, nobles y honradas no logran formar una pareja estable y amorosa.
No entendemos cómo con esas cualidades de nobleza, no llegan a sentir el hermoso acompañamiento que significa poder confiar en alguien, vivir esa extraordinaria intimidad con sexo y sin sexo, que es un aliciente para afrontar los duros golpes que, a veces, presenta el camino.
La mano consoladora, el abrazo, el saber que se tiene un compañero o compañera de ruta, que no te dejará caer en momentos difíciles o al que no dejarás de lado cuando te necesite: todo eso pareciera estar reservado solo a algunos mortales.
No es al azar que alguien pueda o no pueda lograr esa comunión de amor con otro. En muchos casos, la herida de abandono juega sus cartas y destruye cualquier intento de relación.
Que es la herida de abandono: Cuando en los primeros años de vida, el niño se sintió desprotegido, desoído, humillado, “invisible” frente a la mirada y cuidado de sus mayores, se produce una impactante herida emocional que perdura toda la vida.
Ya de adultos, cuando conocemos a alguien que puede ser una posible pareja, se activan todos los resortes que alguna vez se activaron en nosotros frente al apoyo que requeríamos. Si recibimos un buen trato, en ocasiones no podemos creerlo y hasta, a veces, para seguir con el mismo patrón que conocemos, haremos lo imposible por encontrar grietas donde no las hay. Nos resistimos a creer que un amor así pueda ser para nosotros. Que un amor puro y desinteresado pueda existir y correspondernos.
El peligro de desconectarse al sufrir abandono
Cuando alguien sufre desatención por parte de sus progenitores, entiende desde pequeño que su vida no vale, que como persona tiene algo malo, que no encaja en el mundo, que hay algo muy malo con su comportamiento y hasta con su esencia, y que, por lo visto, no merece nada bueno. Esos son los pilares de su casi nula autoestima basada en la herida de abandono.
Y con el paso del tiempo, va rodeándose de gente que confirma sus creencias de no merecimiento: en la escuela puede sufrir bullying, en el trabajo, acoso, o ser el “ultimo orejón del tarro” en los grupos sociales. O es el típico adolescente que permanece solo en los recreos del colegio o come solo en la oficina. No cree merecer esa integración que nunca recibió de pequeño. Y sostiene ese modelo de relación porque no conoce otro o cuando lo conoce, no se adapta.
Prefiere congelar sus necesidades ante el pánico de que no sean otra vez cubiertas: huye de la repetición del sorprendente dolor de no ser visto y del abandono.
Así, se va armando de una coraza que luego, es imposible penetrar por quien se acerca con buenas intenciones y trata de sortear ese muro interpuesto por el miedo.
La gota que rebalsa el vaso del abandono
Con suerte, un día, esa persona se harta de huir de los demás y de sí mismo, lo cual es aún peor, de sus necesidades emocionales y de sus carencias. Comprende por fin que esa jaula la ha creado él mismo para no sufrir, y que esto lo ha hecho sufrir todavía mas porque lo ha privado de todo lo maravilloso que conllevan las relaciones de amor y de amistad.
Conectándose con esas necesidades que no tuvieron apoyo en su momento y abriéndose, quizá dando ellos mismos a los demás lo que no recibieron, todo lo cual requiere un gran esfuerzo y compromiso, es que empezará a sentirse bien consigo mismo, al ser reconocido por quienes reciben su atención y su amor.
No es una tarea fácil pero solo descongelándose, logrará sentir emociones genuinas. Hacer todo lo contrario de lo que sus emociones le indican, como reunirse con gente cuando tiende al aislamiento, presentarse en un grupo aun con vergüenza y con miedo, abrirse a la posibilidad de decir sí a las invitaciones que se le hagan, dejar de poner excusas para quedarse encerrado con su computadora que “no lo juzga”.
Y, sobre todo, entenderse merecedor de todo lo bueno, aunque una figura importante, alguna vez le haya dicho que no lo merecía.
Empezar a considerarse y a darse por primera vez lo que necesita: cuidado y autoprotecciòn, una sesión de meditación, un baño relajante, un concierto largamente soñado, aprender a cantar o a tocar un instrumento, un paseo por las montañas. En fin, cada uno sabrá que lo que lo conecta con sus necesidades y satisfacerlas, sin pedir permiso.
Todos valemos y tenemos el derecho de estar en este mundo, aunque alguna vez nos hayan dicho lo contrario o nos hayan abandonado. Y para que nadie más nos sabotee, tenemos que dejar de ser nuestro principal saboteador.
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