Los seres humanos somos expertos en sufrir. Sufrimos cuando alguien no actúa como esperamos, sufrimos cuando no nos corresponden en nuestros sentimientos, sufrimos cuando las circunstancias no se dan como deseamos o cuando algo sucede con el fin aparente de hacer trizas nuestros planes. Sufrimos y nos enojamos, montamos berrinches, nos quejamos de la mala suerte, nos lamentamos de que el mundo o cierta parte suya nos juegue en contra. Y sostenemos a prueba de cualquier argumento que el otro, las circunstancias o el mundo mismo debería cambiar para que dejemos de sufrir. ¿Te suena?
Si lo pensamos detenidamente, es una postura algo terca desde la cual no nos permitimos contemplar otras opciones, y aunque esto sucede de manera espontánea, diría que en forma automática, se trata de una actitud que a la corta o a la larga nos estanca en un sitio de la vida que, lejos de hacernos felices, nos causa dolor y frustración. En este escenario, cuando alguna sabia voz nos habla de aceptar nos quedamos bloqueados, quizás boquiabiertos, como si se tratase de una nueva palabra en el idioma que jamás hemos oído. ¿Aceptar? Tal vez se nos venga a la mente la idea de que es imposible aceptar algo que nos hace sufrir, y experimentemos una tremenda resistencia interior que nos impide siquiera pensar en esa posibilidad. Pero tengo algo que contarte: la causa misma de tu sufrimiento es tu falta de aceptación.
Cuando no aceptamos, cuando nos resistimos a lo que es, nuestro mundo emocional entra en conflicto. "Eso no es como yo quiero que sea", y al mismo tiempo "no puedo hacer nada para cambiarlo". En este punto es necesario aclarar que aceptar no es resignarse. La resignación ocurre cuando aún hay algo que podemos hacer para que la situación cambie, pero renunciamos. La aceptación se transforma en la única opción posible cuando el cambio no está en nuestras manos, y cuando no podemos hacer absolutamente nada para generarlo. Saber distinguir esta diferencia lo más a tiempo posible es esencial para ahorrarnos estrés y sufrimiento. Es darnos cuenta que si el color negro es negro, no puede ser blanco. Es asumir que no tenemos poderes mágicos, como tampoco tenemos poder sobre la vida y las elecciones de los demás. Es saber que el hecho de pensar y desear diferente a otros no implica que se trate de una verdad que debamos imponer o de un derecho a exigir una respuesta que nos complazca.
Aceptar parece difícil, pero quizás sea más simple de lo que imaginas. Para aceptar no necesitas estar de acuerdo con lo que sucede, no tienen que gustarte las circunstancias ni tienes que agachar la cabeza ante nadie. Sólo es necesario que abandones esa lucha estéril de forzar algo que no depende de ti, que dejes de resistirte a la realidad. Es necesario que des permiso a las cosas de ser como son porque, de todos modos, así son te guste o no. Y cuando logras aceptar sucede algo maravilloso, algo impensado en aquellas horas de frustración: dejas de sufrir. ¿No es enorme el beneficio? Aceptar te permite fluir, recuperar el equilibrio emocional y enfocar tu energía en todo eso que sí puedes hacer por tu vida. Cuando dejas de exigir al mundo que sea diferente, de pronto el mundo es más conciliador y te muestra más posibilidades que seguramente antes no podías ver.
Por ello te propongo desde hoy cambiar el sufrimiento por aceptación. Comienza a aceptar aquello que no puedes cambiar. Quítate esa gran mochila de la espalda, que es mucho peso en vano que no te deja avanzar. Si aceptas, puedes viajar más liviano y disfrutar el camino, y quién sabe... las cosas tal vez empiezan a salir como esperas.