Nos despertamos. Nos levantamos. Otro día más.
Tal vez sientas que la monotonía gobierna tu vida, que te agobia. Te paras de la cama, caminas hasta el baño, te lavas las manos, la cara, los dientes (usando cualquier mano porque eres ambidiestro para esto). Desayunas huevos revueltos; no te caen mal (tenías la duda porque el martes de la semana anterior te habían sentado un poco pesado luego de comerlos muy temprano). Te bañas y te vistes.
Y luego dices: otro día igual que los demás.
¿Pero sabes qué? Hace poco me di cuenta que no es simplemente otro día igual que los demás. Si puedes, si puedo, hacer todo eso tranquilamente, sin pensarlo mucho, casi que en piloto automático, significa muchas cosas: significa que no debo recordar tomar ningún medicamento apenas me levanto; significa que puedo caminar y que puedo usar ambas manos; significa que aparentemente mi cuerpo está procesando adecuadamente los alimentos y puedo seguir disfrutando de sus sabores; significa que puedo ver y oír; significa que no tengo grandes preocupaciones. Significa que no es simplemente otro día igual que los demás, sino que es otro día asombrosa y maravillosamente igual que los demás.
Porque aunque constantemente lo olvidemos, cada una de esas facultades y cientos o miles de otras más, están en un delicado equilibrio TODO EL TIEMPO. Por un lado tenemos los accidentes: una simple deslizada en el baño puede causarnos graves lesiones. Por otro lado tenemos los malos hábitos: almuerza mal durante un año y mira qué pasa con tu sistema digestivo y otras cosas en tu interior (y en tu exterior). Duerme mal por un mes y mira qué le pasa a tu cuerpo. Cómete una pizza bien deliciosa con extra-queso en Papa Johns (mi favorita, por si algún día me quieren invitar) dos veces por semana, mira tu peso y hazte un análisis de sangre luego de tres meses, a ver qué sale. Seguro no va a salir nada bueno. Por último tenemos los descuidos: dejar pasar años sin hacerte chequeos para revisar que todo vaya bien, y tal vez te encuentres con alguna desagradable sorpresa. En cualquier caso, todo esto depende de nuestra atención o de la atención de otros. Aunque cuando se traba de los malos hábitos, tenemos un poco más de control.
Los malos hábitos destruyen el equilibrio lenta pero consistentemente
Entonces me dirás: ¡ah, pero un mes comiendo mal! ¡eso es mucho tiempo! Seguro me voy a dar cuenta luego de un par de días o semanas de que no estoy haciendo las cosas bien, o ¡1 año sin ir al médico no es tan grave!
Pues te digo: tal vez sí, tal vez no. Muchas veces nos adentramos tan profundamente en los remolinos acelerados de la vida que el tiempo se nos pasa volando y ni cuenta nos damos de qué estamos haciendo. Y quedamos en piloto automático pero con costumbres poco saludables: comemos a deshoras todos los días, comemos mucho por la noche y no podemos dormir bien, nos levantamos cansados y nos tomamos dos litros de café para sentirnos mejor, y muchas otras más (¿qué otra se te ocurre? ¿qué otra has hecho?).
Y los días siguen pareciendo los mismos, aburridos, copias, plantillas unas de otras, pero entonces un día nos despertamos con un dolor que la noche anterior no teníamos, o nos encontramos una nueva mancha en la piel, o nos sentimos algún bultico en el cuello, o la comida comienza a caernos pesado todo el tiempo y ya no podemos comer nada de lo que nos gusta.
Así que vamos al médico, nos hacemos un examen de rutina, nos toman unas muestras de sangre, y de pronto los exámenes comienzan a parecer un poco altos o bajos, y por eso nos mandan otros más específicos o nos mandan a hacer unos rayos X, o una biopsia.
En ese punto nos damos cuenta de que tal vez ese dolorcito de estómago incómodo, esa estúpida manchita, ese bultico apenas perceptible, parece que es la punta de algo más profundo y posiblemente grave. Y por nuestra mente comienzan a rondar muchos pensamientos.
La cinta transportadora que nos saca del equilibrio
Comenzamos a pensar si estamos llegamos al final de la cinta transportadora, la vida (la misma en la que todos estamos, a la que entramos sin control cuando nacemos y de la que todos vamos a salir). Comenzamos a pensar en si estamos a gusto con nosotros mismos, con lo que hemos hecho y con lo que hemos hecho a los demás. Comenzamos a pensar en las personas a nuestro alrededor, en lo que necesitan, en lo que piensan, en su forma de reaccionar.
Comenzamos a pensar en cómo cambiará nuestra vida si esos exámenes confirman que el delgado equilibrio de nuestra salud se ha desbalanceado de forma irreversible. Porque si es así, entonces ya ningún otro día desde ese instante en adelante será igual a los días anteriores. Pero esos días futuros sí serán iguales entre sí, y ya no tan "aburridos" como los que llevábamos hasta ahora, sino un poco más tristes.
Eso fue lo que pudo pasarme. Eso es lo que puede pasar. Eso es lo que puede pasarnos, en cualquier momento. Y quizás digamos entonces: ojalá fuera otro día más, pero como los de antes.